El santo, el cavernario...


En la segunda entrega de El Sida en México: Etapas del prejuicio. Avances de la solidaridad (Proceso 1658, 10 de agosto de 2008), el maestro Carlos Monsivaís recuerda que, en 1997, el siempre oportuno, festivo y retebuena onda cavernal Norberto Rivera hizo una propuesta histórica: que los condones incluyeran la leyenda: “Este producto es nocivo para la salud”.


Once años han pasado desde que don Norberto planteó esa fabulosa alternativa: si usas condón puedes enfermarte; si no, pues nada más contraes el Sida. Durante ese tiempo, los desencuentros entre iglesia y sociedad se han agravado por varios motivos: uno de ellos es que hoy día, cuando cualquier chimuelo(a) masca toneladas de fierro, los jerarcas católicos siguen empeñados en imponer conductas que ya en el Medievo resultaban anacrónicas; el otro es su ambición enfermiza, que los ha metido en escándalos memorables como el de las narcolimosnas; pero el peor problema de todos es el de los sa-cerdotes pederastas.


Del padre Maciel a Nicolás Aguilar, el asunto de los curas acusados de abusar sexualmente de niños ha indignado enormemente a la sociedad, y no sólo por el hecho, en sí mismo monstruoso, de la violación de los menores, sino por la inocultable complicidad de la jerarquía católica con esos depravados a los que, con inadmisible cinismo, ha cobijado bajo un manto de impunidad.


Entiendo que somos un pueblo donde abundan los agachados, pero tengo fe en que en algún momento, que ojalá no esté muy lejano, despertaremos. Y cuando ese día llegue, cuando la sociedad empiece a protestar contra toda la escoria que nos ha tocado en suerte, seguramente habrá una campaña de prevención contra la sacra pederastia que de paso suministre al cavernal Rivera una probadita de su propio chocolomo. Y para que vean el tamaño de mi esperanza, colaboro desde ahorita con esa futura movilización con una idea que me parece genial: que los curas porten en la sotana la leyenda: “No se deje al alcance de los niños”.

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