Apuntes sobre la Champions







Con todo y Messi, el Barcelona no pudo vulnerar el muro del Inter de Milán y quedó fuera de la Champions. Fue un resultado justo. Cuando más necesaria era la inteligencia para infiltrar la red de piernas tejida por Mouriño, técnico del Inter, el equipo catalán prefirió multiplicar hasta la nausea los centros al área, lo que facilitó el trabajo de Lucio y compañía. Para el Barsa, la única forma de vencer era desplegando el futbol de siempre, y para su desgracia, jugaron como nunca.

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Pep Guardiola comparte su amor por el futbol con una sólida vocación literaria. Quienes lo conocen aseguran que es un lector entusiasta y, además, poeta. Ibrahimovic, por su parte, es el portador de un gentilicio que me sigue pareciendo inconcebible: de padre bosnio y madre croata, el delantero blaugrana es sueco. Durante los 63 minutos que estuvo en el campo, Ibrahimovic pareció más dedicado a estudiar el fenómeno migratorio en la Europa integrada que a enfrentarse a los italianos, y sólo intentó un remate de “taquito” que fue rechazado vigorosamente. Desesperado, Pep decidió cambiarlo y recurrió a un jugador cuyo apellido podría tomarse como una tentativa de homicidio contra la maestra Gordillo, Bojan Krkic, joven de 20 años crecido en las fuerzas básicas.

Tal vez la intoxicación literaria llevó a Guardiola a imaginar un desenlace épico: el niño que desde su nacimiento tiene tatuados los colores del barsa era la clave para resolver el acertijo italiano. 20 minutos después, increíblemente, Krkic falló un remate a bocajarro. La épica dio paso a la tragedia.

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La eliminación del Barcelona tuvo que ver con la ausencia del futbol fantástico de Lionel Messi. Por su paso en la selección Argentina y su desempeño en este partido, me queda claro que Messi está hecho de la misma consistencia viscosa que Cristiano Ronaldo, ambos gladiadores Prêt-à-porter curtidos en salas de modelaje, ambos antípodas del Beckenbauer de la semifinal contra Italia en el 70, de la vocación de triunfo de Maradona en el 86 y de tantos otros que eran tierra y césped, sangre, sudor y huevos.

Messi, hoy, demostró que le faltan toneladas para ocupar el lugar de honor que la estridencia de los medios de comunicación y la mercadotecnia le han asignado. Aunque no es difícil que el fin de semana, en partido contra alguno de los equipos de relleno de la liga española, “La pulga” vista de nuevo el traje de mago del balompié y el barsa logre una goleada histórica, otra más en una liga plagada de desigualdades. Pero esos destellos impactantes no lo eximirán de su pecado original: a la hora buena Messi prefiere el anonimato.

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La estrategia de José Mouriño fue impecablemente ejecutada. Sin recurrir a la violencia, sus jugadores mantuvieron un agobio permanente y multitudinario sobre Messi, defendieron con heroicidad, formaron una última línea de 5 que resultó inexpugnable y apelaron a una que otra marrullería para aplacar el ímpetu de sus rivales, como preparar con esmero quirúrgico un simple despeje de portería o convulsionarse en la yerba doliéndose de golpes que unas gotas de agua curaban milagrosamente. Mientras tanto, Xavi vagaba por el medio campo conteniendo a nadie, porque los italianos resistieron hacinados en su propia área, pero sin arrojo ni imaginación para sumarse al ataque. Sin su socio Iniesta, que no pudo jugar, Xavi vio el partido de lejos, en el circulo central, que esta noche fue Ciudad Gótica para un Batman sin Robin.

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El gol del Barcelona fue anotado por un gigante gentil de 1.92 metros llamado Gerard Piqué, en un claro fuera de lugar. Poco después, un rebote fuera del área del Inter fue convertido por Boran Krkic, pero el belga Frank De Bleeckere coronó su mal arbitraje marcando una mano imposible y anulando el gol que daba el pase a la final a los catalanes. Si el triunfo es una operación de la voluntad, como escribió Borges, el Inter merecía esa injusticia arbitral.




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