“¡No me voy!”







Todo comenzó en enero, el día once para ser precisos, cuando enviaron a Danielito Hernández a la Subsecretaría de Coordinación Educativa de la Secretaría de Educación, cargo que estaba en manos de de don Javier Cú Espejo, el mismo que alguna vez fue rector de la Universidad Autónoma de Campeche.

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En noviembre de 1999, José Antonio González Curi llamó por teléfono a José Alberto Abud Flores, rector de la UAC, para decirle que o renunciaba o le armaba una Intifada de Alá y Señor mío. Abud se negó y lo que sigue lo sabemos todos: Alito y sus reventadores del ritmo entraron a la universidad usando golpes de kung fu; líderes de colonia y policías se apostaron en las inmediaciones del campus; los consejeros universitarios fueron presionados, uno por uno, por Ramón Rodríguez Magaña, con la amenaza de que firmaban la destitución o se los llevaba la chingada; González Curi vigiló desde su Suburban el buen desarrollo del ejercicio, y todo terminó cuando el enigma sin albas impuso a un tal Martínez Castro como rector interino, suplente o lo que sea.


La fuerza de gravedad fue cruel con Antonio González Curi, pero lo fue más con don Javier Cú, y dos milímetros son una desventaja insalvable cuando se juega basquetbol, aunque sea en Liliput. Además, los largos años de aprendizaje burocrático de don Javier le enseñaron que los alucines aéreos del mero preciso eran dignos de toda alabanza. Por eso, cuando se aventaban sus cascaritas, don Javier no tenía ningún problema en humillarse argumentando que el gober era Michael Jordan con guayabera. Por ello, después del golpe contra Pepe Abud, don Antonio supo quién tenía los tamaños para dirigir la Máxima Casa de Estudios de Campeche.


Don Javier vegetó en Rectoría y no sé cómo aterrizó en Secud, pero lo cierto es que ahí se mantuvo hasta el once de enero de 2010, fecha en que Danielito Hernandez fue enviado en su lugar. Como no es cosa fácil dejar a una personalidad de las dimensiones de don Javier sin la generosa teta presupuestal, alguien decidió entregarle otra Subsecretaría: la de Planeación, Programación y Evaluación, que regenteaba doña Margarita Rosa Rosado.


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Doña Margarita Rosa Rosado fue una de las figuras preponderantes del sexenio de Salomón Azar, que la ubicó en la Secretaría de Desarrollo Económico. Recuerdo que por esa época un primo mío trabajaba con ella y se quejaba amargamente de su trato. “Es una mierda”, decía. Y recuerdo le aconsejé que no se le despegara: “Si es como dices, va a llegar lejos.” Ni fue así ni mi primo me hizo caso, gracias a Dios.


Después de su paso estelar por el azarismo, doña Margarita desapareció en cargos de poca monta y en las páginas de un periódico secreto, donde escribe unos artículos de no mamen. Así, en la más pantanosa de las mediocridades, permaneció hasta que Danielito Hernández ocupó el lugar de don Javier y este recogió sus tiliches.


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Cargando su cajita con la foto familiar y un balón de basquetbol autografiado por don Antonio, don Javier llegó hasta la oficina de doña Margarita y la encontró amarrada a la silla con su rebozo, gritando: “¡No me voy!”. Desde la semana anterior a doña Márgara le habían llegado los apercibimientos de rigor, cinco en total, en los que le indicaban que era tiempo de agarrar su sonajita, y se los pasó, uno a uno, por el mismo lugar en que don Antonio hizo desfilar la autonomía universitaria en el caso Abud.


Doña Margarita no, no y no se fue, supongo que porque nadie pudo desbaratar el nudo gordiano que sujetaba el rebozo y no por la tibieza de este gobierno, que es puro chisme. Pero ni modo de dejar a don Javier, un ex rector, en pleno pasillo y con la única compañía del póster de don Antonio vistiendo la guayabera de los Toros de Chicago. ¿Qué hacer?


Siempre hay un camino cuando se usa el dinero de los contribuyentes. Para dejar a todos contentos y con la boca bien atornillada en la ubre, le inventaron a doña Margarita la Subsecretaría de Evaluación e Innovación Educativa, lo que sea que eso signifique, y don Javier, por fin, pudo hacerse de su Subsecretaría de Programación, Planeación y Presupuestación.


Desde el “¡No me voy!” todo ha ido bien salvo por dos problemitas: el primero es dotar de un espacio a don Javier. No se vale que por la terquedad de doña Margarita que se amarró a su silla y dijo má, el glorioso ex rector de nuestra gloriosa universidad despache en el cubículo del conserje entre botellas de ácido muriático, cubetas, escobas y demás utensilios de limpieza. El segundo es reformar el Manual de Organización de la Secretaría de Educación, que hasta el momento no contempla el cargo que le inventaron a doña Margarita para que no perdiera la embocadura.


Pero ninguno de estos asuntos es urgente, porque don Javier debe estar cómodo en su espacio y el conserje no ha protestado, y porque los liberales y heroicos burócratas tenemos preocupaciones más importantes que actualizar manuales, como renovar cada quincena nuestro voto de silencio.



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