El ramo










Hace algunos años, estudios especializados revelaron que el momento cumbre de toda boda es el lanzamiento del ramo, y estudios más recientes no sólo han confirmado esa hipótesis sino que han desentrañado sus secretos, que habían permanecido ocultos para los varones aztecas junto a la decisión de Aguirre de alinear al Guille Franco. Por favor, hagan buen uso de esta información:

El rito inicia cuando las doncellas más necesitadas deciden, al mismo tiempo y sin acuerdo previo, que es hora del ¡ramo, ramo, ramo!, y con la trágica colaboración del tecladista, que trata de atinarle a los acordes de “A la cola”, van de mesa en mesa animando solteras, divorciadas y desamparadas a unirse al baile, festival al que de inmediato se suma hasta la tía Petra, de 104 años de edad y viuda tres veces por gracia de Dios y del cianuro.

El novio tiene una participación breve e insustancial, anticipo de lo que le espera. Se limita a subir a una mole de encaje, la novia en teoría, en una silla nunca suficientemente grande. Es como colocar un huevo en la punta de una aguja. Y después de varios minutos atento a cualquier crujido, cuando cesan las oscilaciones del bulto blanco, debe hacer lo propio para formar con la cola del vestido el túnel por el que pasarán las aspirantes.

Que el contrayente esté en riesgo de ser devorado por un merengue les importa un brócoli a las casaderas, que a estas alturas tropiezan en una larga fila donde con facilidad se distinguen las que tienen muchas ganas de agarrar marchante de las que nomás tienen ganas. Las primeras se muestran en extremo enjundiosas: sobaquean con inusitado frenesí, disparan sonrisas a lo que se mueva, menean las caderas como Ricky Martin y “hacen suelo” a la menor provocación o sin ella; las otras, en cambio, arrastran penosamente los pies confiando su suerte a la Divina Providencia, inútil esperanza pues, como dijo Zapata, el ramo es de quien lo trabaja.

Según observaciones de mi amigo “El Negro Licho”, fanático de estos jolgorios, este ritual es cada vez más breve: dos vueltecitas cuando mucho; y ya no se acostumbran los tres lanzamientos que hasta hace poco daban lugar a sangrientos episodios; ahora es uno sólo y vayan en paz. Pero tanta prisa no es una señal de que la tradición agoniza debido la poca importancia que la mujer moderna otorga al matrimonio, como afirman algunos entomólogos; al contrario, el vértigo es la prueba de la urgencia por casarse antes que los buenos partidos (e inclusive los malos y regulares) se acojan en la nueva Ley para Sociedades de Convivencia.

Lo que sigue es de una ternura críptica. Las casaderas se ubican a espaldas de la novia, peleando la mejor posición a punta de patadas, codazos, pisotones, jaladas de pelo y descontones de envidiable manufactura. Pero, ¿cuál es la mejor posición? Eso depende. Las amigas cercanas gozan de la ventaja de haber tenido varias sesiones de entrenamiento con la lanzadora, y por tanto conocer bien dónde rompe la curva y la velocidad de la recta; las restantes sólo pueden confiar en sus instintos o hacerla de defensa italiano y desplazar a las competidoras con caballazos mortales a la hora buena. En el ramo y en el amor todo se vale.

En la parte final, la novia hace varios amagos para regodearse con la desesperación de las demás, el tecladista ejecuta un redoble para avivar el suspenso y le sale un atentado islámico contra los nervios de los invitados, y las doncellas, con mirada torva y pantorrillas tensas, aguardan que asome en el horizonte el pasaporte automático a la vida conyugal.

En una boda reciente la ganadora dio un brinco de metro y medio, arrebató el ramo cuando aún iba en ascenso (ni Jordan en su época de gloria), y todavía en el aire lo protegió contra su pecho mientras tiraba codazos letales para mantener a raya al resto de las competidoras.

Luego suena algo parecido a una diana, el novio enfrenta la peligrosa tarea de quitar el huevo de la punta de la aguja y no morir en el intento, y la dueña del ramo soporta una cascada de “besos ufianos”* mientras corre hacia su galán mostrando, jacarandosa, el antídoto más efectivo contra la Ley para Sociedades de Convivencia. Tantán.

Beso ufiano*: dícese de los besos que intercambian las integrantes de la UFIA para recordarse el odio mutuo.

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