Caso Ruelas: ¿qué nos indigna?




Para Roberto Oropeza.

Se armó una pelotera brutal a partir de las grabaciones en las que Rosado Ruelas se pinta como lo que es: un politiquito de tantos. Pero ¿qué es lo que nos indigna de estos testimonios: la corrupción declarada del alcalde de Campeche o la publicación de las pudriciones que sólo toleramos si se comentan en voz baja?

Si es lo primero, la corrupción confesa de Ruelas, siento decirles que no es un caso aislado y ustedes lo saben. Más bien es el origen de la riqueza descomunal de Presidentes de la República, de gobernadores, de diputados de cualquier nivel o de alcaldes que ya en el cargo compran en Liverpool y se amanceban con viejas gordas, de falda de licra y dientes de oro.

Claro, para que la corrupción funcione sin sobresaltos, la clase política ha sabido constituirse en una entidad por encima del marco legal a partir de la prostitución de la justicia. La ley en nuestro país es algo inofensivo e irrisorio para quienes tienen poder. Ahí están Moreira y Bejarano, por poner dos ejemplos incontrovertibles.

Por tanto, las grabaciones de Ruelas, a pesar de los pesares, son paja. Si pretendiéramos castigarlo por ladrón necesitaríamos pruebas (la sola mención de la “maleta de lana” no basta), y en el hipotético caso de que lográramos documentar el ilícito estaríamos obligados a recurrir al aparato de justicia controlado por el gobierno del Estado, que no lo castigaría porque no hay un sólo funcionario justo y solidario que pueda lanzar la primera piedra.

El otro tema de las grabaciones, la venta de la elección, es tan estridente como insubstancial. La ecuación es simple: la dichosa venta no se ha consumado, si se consumara pasaríamos trabajos para probar la transacción, y en caso de probarlo todo quedaría en manos de la autoridad electoral manipulada por el cliente de Ruelas, el gobierno del Estado, que como principal beneficiario no estaría interesado en castigar al proveedor.

Entonces, mis estimados, lo único viable es que la ciudadanía, nosotros, que tanto nos hemos enfurecido con los disparates del alcalde, lo sancionemos con nuestro desprecio. Pero hay un inconveniente: los mexicanos padecemos de amnesia crónica, así que mucho me temo que esto no pasará de unos cuantos días de escándalo y después, por desgracia, el olvido. Ahí tienen a Bejarano en el PRD y a Moreira en el PRI luchando por sendas senadurías, por poner dos ejemplos incontrovertibles.

Lo segundo, la traición de un judas con una pluma-grabadora es, me parece, el verdadero nudo de este caso porque representa la violación de uno de los principios básicos de la política mexicana: la lealtad al grupo. Aquí también son necesarios ciertos antecedentes.

Para llegar al poder es necesario construir grupo político. Esos grupos, cuya naturaleza no es muy distinta a la de la mafia, se cohesionan a partir de dos premisas básicas: disciplina y lealtad.

Ignoro de qué manera Ruelas conformó el suyo, pero la situación que ahora vive indica que lo hizo mal. Lo que dijo en la reunión que se ha hecho célebre son las asquerosidades que platican los políticos cuando están en confianza: en grupo. Ahí cocinan sus estrategias de supervivencia política y de enriquecimiento. El problema es que alguien, lastimado por alguna razón o tal vez traidor por nacimiento, lo exhibió y el resto quedó a cargo de nosotros, los ciudadanos, de tan buena conciencia: la corrupción que practicamos en privado nos escandaliza cuando se hace pública.

Ese alguien nunca debió haber estado tan cerca de Ruelas y me parece que ahí radica el pecado capital, no en la corrupción confesada. Ahora bien, sabrá Dios que le depare el destino al alcalde el domingo próximo en la interna del PAN, pero de lo que sí estoy cierto es que quien lo traicionó cavó al mismo tiempo su tumba política. Entre mafiosos no se valen las delaciones.


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