Dos caras de la misma desgracia
Para Fernando Ortega, Alito representa malas
noticias para Campeche: irresponsabilidad, excesos, improvisación. Para Alito,
Fernando es un pendejo, y además paranoico. Cuando unos diputados federales
ofrecieron a Moreno Cárdenas un paquete de obras (con moche, por supuesto) para
que negociara con el gobernador, Alito dijo no. "Si ese cabrón saliera
preñado me echaría la culpa a mi", concluyó. Risas. Y lo peor: hace poco Alito
pidió a Fernando que fuera el padrino de bautizo de su hijo. En los rituales de
la mafia, ese es el preludio a una carnicería brutal y la advertencia no tardó
en llegar: a la fiesta posterior a la ceremonia religiosa Fernando se presentó
llevando del brazo a Raúl Pozos.
Ahora bien, podríamos platicar por milenios las
razones del odio entre Fernando y Alito, que son incontables, pero es mejor
identificar las cosas que tienen en común, que también son muchas. Una de ellas,
la felicidad con la que exprimen esta vaca llamada Campeche con tal de lograr,
uno, imponer sucesor, y el otro, eliminar a solidarios y otras garrapatas para
monopolizar la ubre celestial. Veamos.
Fernando Ortega quiere como sucesor a Raúl Pozos
y por tanto le ha entregado el apoyo absoluto del gobierno solidario. No se
equivoquen, no se trata de una ocurrencia del cuarto para la hora de Fernando,
o de una elección resignada ante la anémica caballada solidaria, sino de un
proyecto que ha ido fraguando a lo largo de los años con la paciencia, el esmero
y supongo que el mismo orgullo que debe de sentir el maestro de actuación de
Fernando Colunga.
Cierto: a pesar del respaldo el Frankenstein no
muestra signos vitales, pero eso no es responsabilidad del gobernador que,
repito, le ha dado todo y sin medida, sino del propio Raúl Pozos que es la
versión timbiriche de Carlos Felipe Ortega Rubio.
Pero si Fernando aplica insólitas cantidades de
lana en su candidato, algunos alcaldes hacen lo mismo con Alito, por ejemplo
José Luis Arjona.
Mientras Champotón ha entrado en una fase
dramática de descomposición y el ayuntamiento es un naufragio burocrático, el
alcalde Arjona Rosado se dedica, con el fanatismo de un integrista islámico, a
tres cosas fundamentales: rajar aguardiente, echarle la hormona a cuanta prima
política se le atraviesa y recorrer comunidades llevando espejitos para
engatusar indios en nombre de Alito Moreno.
Alito, por su parte, va a Champotón y frente al
gentío que le amontonen trasciende su envoltura carnal y se transforma en el
verbo PRImigenio que anuncia Su propio advenimiento y diseña futuros en tanto
los sordos caminan y los ciegos entonan alabanzas. Todo eso está muy bien,
digamos que es la relación normal entre el redentor y su feligresía, pero el
desmadre comienza cuando la perrada pide a Alito cosas más concretas: láminas,
cemento, dinero y entonces el verbo PRImigenio regresa a su envoltura carnal,
firma las peticiones y las envía al Ayuntamiento para que sean satisfechas.
Así las cosas, mientras mi municipio se hunde
entre el alcoholismo, la ineptitud y la lujuria de José Luis Arjona, éste
dilapida recursos para que Alito logre lo que quiere y chance lo nombre Secretario
de Salud. (Esta historia se repite en donde gobiernan los ahijados de Alito:
Candelaria, Escárcega, Hopelchén, etcétera). Así las cosas, mientras Campeche
es último lugar en el indicador que ustedes elijan, menos en suicidios y diabetes,
Fernando invierte dinero en conseguir un milagro: extraerle un gramo de carisma
a un precandidato inerte como Pozos.
Frente a este desenfreno político que tiene
como escenografía la pudrición, el atraso y la miseria de la entidad, creo que es
necesario hacernos una pregunta crucial: ¿qué podemos esperar de Fernando (es
decir, Pozos) o de Alito cuando son las dos caras de una misma desgracia? Salvo
que usted tenga otra opinión, creo que cualquiera de los dos equivale a
curarnos el dolor de cabeza con una guillotina.
Nos vemos aquí mañana.
Besitos.
Tantán.
@Bestiometro