¿Quién necesita antidoping?
Pues nada,
chitos: que el caso Alito y el antidoping terminó dejando tras de sí
un rastro de disparates que muestran, con exactitud científica, lo
ordinaria que es la política campechana. Después de esto, nadie
debe extrañarse de que nos ubiquemos en primer lugar nacional en suicidios. Vayamos por
partes.
Primero, el
iniciador de esta comedia, Jorge Rosiñol, candidato panista. Como
les comenté en un capítulo anterior, don Jorge tenía pocos misiles
para acribillar a Alito porque juntitos los dos, cerquita de dios,
son la versión enciclopédica de ese ente llamado PRIAN. Uno de esos
misiles era la prueba del antidoping, los otros dos tienen que ver
con el detector de mentiras (polígrafo le llaman los entendidos)
para saber la verdad sobre las dos actas de nacimiento de Moreno
Cárdenas y el famoso título de Licenciado en Derecho por la UAC
expedido por la Benemérita René Descartes, según investigaciones
recientes.
Lo del
antidoping fue un acierto. El tema se comentó por todos lados al
punto de obligar a Alito a abandonar el argumento defensivo de que
los campechanos quieren propuestas y no pruebas de adicción, y
terminó haciéndose el examen. Pero lo extraño es que Rosiñol, en
lugar de aprovechar la oportunidad, desapareció abruptamente, como
si hubiera caído en uno de los miles de baches que con tanto trabajo
ha construido su compadre Enrique Iván (a) “Satanás”. Mi no
entender: teniendo todo para crecer en la carrera electoral, el
candidato del PAN prefirió mantener su campaña en el estado agónico que está anulando sus posibilidades políticas.
Puso el coco y luego le tuvo miedo. Así no.
Ahora bien, si se trató de una estrategia, que Rosiñol agarre a sus asesores y les haga lo que MVS a Carmen Aristegui.
Ahora bien, si se trató de una estrategia, que Rosiñol agarre a sus asesores y les haga lo que MVS a Carmen Aristegui.
Fijémonos ahora con esos dos recios candidatos de izquierda, Imperiale por el
PRD y José Luis Góngora por el PT. En cualquier otra parte del
planeta, dos candidatos sin esperanzas como los mencionados se
hubiesen colgado de la propuesta de Rosiñol para bajar al puntero en
las encuestas, Alito, y jalar votos para su molino. Pero en el mundo
al revés de Campeche, Imperiale y Góngora hicieron exactamente lo
contrario: defender al candidato del PRI y darle hasta por debajo de
los párpados a Rosiñol.
Ahora
sabemos que Imperiale, oriundo de Carmen, no sólo fue impuesto como
candidato del Chucho Azteca para restarle votos a Rosiñol en la
isla, sino también como sicario de Alito. No bien había mencionado
el Rojo la prueba antidoping cuando Imperiale, cual Rey Misterio, le
brincó a las cervicales acusándolo de cacique y otras barrabasadas
que mi esmerada educación me impiden mencionar.
Don José
Luis Góngora, hay que reconocerlo, no llegó a las bajezas de
Imperiale. Médico al fin y más sensato, encontró que la mejor
forma de proteger a su líder era exigiéndole a Rosiñol una examen
prostático porque, como todo mundo sabe, ponerse turulato con talco
colombiano y padecer cáncer de próstata es la
misma cosa. Y para consumar la defensa, Góngora le puso el ejemplo
al Rojo y presumió los resultados en la prensa. No se sabe si fue Alito quien le practicó el examen.
Arribamos
al caso clínico de Layda Sansores. Desde el 2003, doña Layda es el
principal soporte en la oposición del régimen que nos saquea. Fue
factor decisivo para que Jorge Carlos Hurtado ganara la elección (la
historia se las contaré en otro texto) y la entrega a Fernando
Ortega es absoluta, tanto que de su boquita no escucharán jamás una
crítica contra las infamias justas y solidarias. Ahora está de
nuevo en el juego, haciendo lo que sabe hacer.
Conocedora
del negocio, doña Layda le quitó la bandera a Rosiñol en el caso
del dopaje y la hizo suya como las tarjetitas rojas que despacha
con inusitado frenesí y que me llevan a preguntar: ¿le habría
sacado tarjeta a un tal Negro Sansores? Y como siempre, lo que toca
doña Layda se convierte en un festival de muy mal gusto, y de la
exigencia de antidoping pasamos al revire de los seguidores de Alito
que le solicitan a la señora un examen psiquiátrico. El final es
trágico: los liberales y heroicos burócratas se encuentran entre la
espada drogadicta y la pared demente. Se repite la historia de 2009
con algunas variantes: el elefante ya no es moreno, es rosado y viene
repleto de botox.
Por último,
el puntero en las encuestas, Alito. Su problema es la falta total de
credibilidad y no es para menos: su carrera política ha sido
vertiginosa, triunfal, pero buena parte de ella está basada en
mentiras gigantescas. De sus dos actas de nacimiento a su título
profesional, de la proeza de nadar diez kilómetros en treinta segundos para salvar la vida a
las promesas que vomita en sus actos de campaña, cualquier cosa que
diga se resbala en los oídos de ese segmento de campechanos que
conoce, y bien, su mitomanía.
El ejemplo
más reciente es el antidoping. Alito fue a hacerse la prueba en dos
diferentes laboratorios acompañado de notario, prensa y demás; los
resultados arrojaron que no se mete cosas raras en el cuerpo y, no obstante, la reacción del respetable fue
descalificar con saña los análisis. Normal. Los campechanos no
éramos escépticos, él nos hizo así a punta de engaños. De hecho,
la primera pregunta que me vino a la mollera cuando leí la información
en Facebook fue: ¿acaso hacen pruebas antidoping en la Benemérita
René Descartes?
Después
reflexioné y cambié la pregunta: con un candidato panista muerto
por propia mano, una candidata que ha trabajado históricamente para
dividir el voto y favorecer al PRI, y aún así tiene feligreses que le
creen sus desvaríos; dos merolicos de “izquierda” que actúan
como mastines de Alito, y una verdad incontrovertible: sin importar
quién gane el que viene será peor, ¿será que somos nosotros los que
necesitamos con urgencia exámenes psiquiátricos y antidoping? Oh,
Sigmund Freud y Lance Armstrong, ¡salud!
Besitos
locos y motorolos.
Tantán.