La indignación selectiva






Layda y sus hordas rompen cristales e ingresan en un edificio donde se archivan documentos que prueban parte del gigantesco fraude electoral del domingo.

Las buenas conciencias campechanas se ponen la palma de la mano en la boca, como lo haría una señora decimonónica ante un desnudo bajo en calorías de cualquier novela de Televisa. Es que están sorprendidas, indignadas, aterradas por la violencia de la Sansores.

Los medios de comunicación campechanos y algunos periodistas que hacen su lucha en redes sociales, a fin de cuentas cajas de resonancia del gobierno y de Alito, condenan a Layda, aseguran que está loca y que le urge visitar al psiquiatra.

Es más, el video de Telesur que circula en Facebook muestra la entrada violenta de la senadora en el edificio y luego una discusión con un tipo que porta unas carpetas que Layda intenta arrebatarle en varias ocasiones, pero el testimonio de la televisora no registra el momento en que aparecen las pruebas del fraude electoral, lo que me parece muy raro.

A estas alturas, ya no sé qué pretende Layda, lo confieso. En sus manos estuvo impedir todo este caos post electoral, pero prefirió dividir el voto para alcanzar unas cuantas plurinominales a sabiendas que Alito saldría beneficiado. Está peleando una batalla que ella misma decidió perder.

Pero si las traiciones recurrentes de Layda a los principios que dice defender me enojan, la reacción de las buenas conciencias campechanas y de los medios me asquea (palabra que usó una prima que se culiatornilla ocho horas diarias de lunes a viernes a cambio de una quincena raquítica).

Esos mismos campechanos que hoy se ponen la palma de la mano en la boca horrorizados por las fechorías de Layda, son los mismos que se ponen las palmas de las manos en los ojos cuando las tropelías son de Alito.

Su enojo es selectivo, su ceguera también.

Y los medios de comunicación y algunos periodistas cojean de esa misma parcialidad. Sabemos que están acostumbrados a recibir dinero a cambio de difundir la verdad oficial, a atrapar sus cacahuates si la opinión enaltece al poder o a sufrir la suspensión del chayo si la desafían, pero en este caso se superaron a sí mismos.

Afirman que Layda está loca y que debe ir con el psiquiatra porque allanó un edificio, pero ocultan que ahí se encontraron pruebas del fraude con el que Alito ganó.

El deber periodístico obligaría a exigir un loquero para la loca con la misma elocuencia con la que se debería exigir cárcel para el delincuente, pero el chayo obra milagros. La conclusión es triste: los medios de comunicación campechanos, por propia mano, han aniquilado su razón de ser: la libertad de expresión.

Pero preferir la libertad de sumisión tiene sus consecuencias: repartieron ejemplares de Tribuna y Campeche Hoy en Ciudad de Carmen durante los últimos días de campaña porque nadie compra ya sus falacias, y perdieron. A veces la mentira no florece aunque sea gratuita.

Besitos.

Tantán.

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