Cinismo eclesiástico





Dos mil años de historia le han servido a la iglesia para hacer del cinismo una de las bellas artes.  

La semana pasada, la Suprema Corte de Justicia reconoció el derecho de las parejas homosexuales a adoptar, derogando una ley de nuestro Estado que lo prohibía. Así es, de nueva cuenta el anacronismo campechano se cubrió de gloria (Aguilar de Ita).

La reacción eclesiástica fue la esperada: ladraron contra la SCJN, los acusaron de servir al maligno, de poner en riesgo a los niños, de etcétera. La portada de La Opinión del 14 de agosto es testimonio de lo anterior: “Fallo viola los derechos de los menores, dice Diócesis”. 

Sí, leyó bien, el obispo (que es la diócesis) declaró su preocupación por los niños; es decir, sin atragantarse con algún escrúpulo, fingió preocuparse por las criaturas contra las que la iglesia ha ejercido todas las infamias posibles.

La protección de los jerarcas religiosos ha salvado de la cárcel a una legión de sacerdotes pederastas, a pesar de que sus crímenes están bien documentados; las víctimas y sus familias han sido humilladas por el poder terrenal de los embajadores del cielo; y los medios de comunicación que han divulgado estas abominaciones han sido castigados por empresarios conservadores como Lorenzo Servitje, dueño de Bimbo, que retiró toda su publicidad del Canal 40 cuando Ciro Gomez Leyva y Denise Maerker dieron las primeras noticias sobre las monstruosidades del padre Maciel.

De hecho, el cavernal Norberto Rivera y otros ministros acusados de solapar fechorías sexuales están siendo investigados por el Vaticano, comedia cuyo fin es predecible. A nadie ahí le conviene ventilar la santísima perversión.

Así, entre la preocupación de los perros de Dios por la Suprema Corte y los homosexuales, y las aventuras del cavernal Rivera y su Sonora Pederasta, sabemos por fin cuál es la posición de la iglesia respecto a la infancia: los derechos de los niños llegan hasta donde la lujuria de los sacerdotes quiere.

Besitos.

Amén. 

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