Los creyentes antropófagos




Según los creyentes y Peña Nieto, fue Dios quien destruyó el huracán más grande y terrible de la historia. Pobre Sierra Madre, debe sentirse como Iniesta en el Barcelona, donde toda la gloria se la lleva Messi.

Ahora bien, supongamos que es cierto. Las cadenas de oración fueron oídas por Diosito que respondió con el pase mágico que dispersó a Patricia. Qué bueno. Pero, ¿por qué Campeche es devastado cíclicamente por huracanes pavorosos: Gilberto, Ópalo, Roxana twice, Isidoro, cuando aquí tambien abundan los creyentes fervorosos y rezadores? Es urgente, creo, desentrañar el misterio.

Una primera explicación sería un conflicto clasista. Campeche es el cuarto mundo, el suburbio pobre de un país pobre. Por tanto, las oraciones de por aquí son de quinto patio, plebeyas y vulgares, sin el abolengo, la riqueza y las influencias de las del Bajío, ese lugar idílico donde hay un cártel que se llama Caballeros Templarios, como aquellos que en la Edad Media protegían a los peregrinos, y los sicarios rezan antes y se persignan después de matar.

Pero esta razón no cuadra con la sentencia bíblica de los camellos, las agujas, los ricos y el cielo. Vámonos a otra.

Una segunda justificación: el racismo. Los campechanos son devotos de un Cristo Negro cuando la versión predominante es la de rock star setentero. Eso le causa problemas a Diosito consigo mismo y los resuelve en detrimento de su minoría racial, a la que no le reconoce igualdad de derechos. Por tanto, los poderes del Señor de San Román son limitados e incapaces de evitar los cataclismos recurrentes.

Pero este argumento cae aparatosamente cuando pienso en Michael Jordan, que era Todopoderoso en la duela. 

Una tercera explicación: la demografía. No llegamos ni al millón de habitantes y como consecuencia el número de oraciones es tan pobre que no alcanza a tocar el Sagrado Corazón. Pero hay tantos testimonios en contra de esta tesis: el ciego que peregrinó y vio, el paralítico que tuvo fe y corrió, un triunfo de los Piratas, que mejor la olvidamos.

La última explicación es la antropofagia campechana. Los liberales y heroicos rezan, y bien, pero cada uno solicita su salvación personal y la desgracia del vecino. Dios cumple y el resultado es que los huracanes, naturales o políticos, nos rasuran gozosamente la mother. 

Así las cosas, nuestra tragedia no radica en la pobreza, el Cristo Negro, el número de feligreses o las pocas oraciones, sino en el hábito de destruirnos unos a otros y en la administración en beneficio personal de todo, incluyendo los milagros. Me parece que esta interpretación es la que arde.

Besitos.

Tantán.    

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