¡¡¡Hurra, hurra, hurra!!!


En pleno uso de sus facultades mentales, don Jorge Carlos Hurtado anunció la semana pasada el reconocimiento de Campeche como Estado petrolero, lo que significa que ya somos Estado petrolero y que automáticamente nos trasmutaremos en una entidad bien bonita y desarrollada y trabajadora, cual corresponde a un Estado petrolero. Desde entonces, cada tres segundos algún líder de opinión local emprende su feroz cruzada contra la legendaria amnesia campechana recordándonos que ya somos Estado Petrolero, lo que ha derivado en la formidable diversidad temática que impera hoy día en nuestros medios de comunicación.

Para dar el anuncio, el contador se hizo acompañar de personalidades de grueso calibre político, que aparecen en la foto del recuerdo mostrando los atributos que los han hecho famosos. Destaco la altivez rural de don Jorge Nordhausen, los fabulosos cachetes entre los que habita don José Paredes, titular del Poder Judicial; y el magnetismo animal y la jacarandosa figura de don Carlos Jelipe Ortega Rubio, que le imprimieron al acto un toque carnavalesco de no mamen.

Según la leyenda, en materia petrolera Campeche fue maltratado por la Federación durante 28 años porque: a) el gobierno de la República y Pémex argumentaban que no nos correspondía el trato de Estado petrolero porque el petróleo estaba en el mar, y b) los campechanos nunca pudimos armar un equipo de nado sincronizado que asediara plataformas y exigiera justicia fiscal. Pero esos tiempos quedaron atrás y don Jorge Carlos le echó la culpa a don Felipe Calderón: “Sin él, no hubiera sido posible materializar esta propuesta; nuestros planteamientos ante él fueron escuchados. Por eso lo digo hoy aquí: gracias señor presidente”, dijo.

No saben el regocijo que siento por el nombramiento de Estado Petrolero, entre otras cosas porque ya somos Estado Petrolero. Además, nos refieren que la designación trae torta bajo el brazo: mil 400 millones de pesos que, dividimos entre los 750 mil marinos audaces y valientes que vestimos y calzamos, viene tocando como a mil 866 pesos con 6 centavos por liberal y heroica piocha. Según el contador, con esa lana “Campeche puede ahora ver su futuro con más optimismo”.

Muy respetable la opinión de don Jorge Carlos pero me parece que el optimismo del tal Campeche es un poco aventurado. Nuestro problema no es de dinero: lo tenemos y hasta nos sobra. El meollo es cómo lo empleamos. Un ejemplo:

Hace dos años, el 15 de julio, el secretario de Finanzas Estatal, don Víctor Pérez, compareció ante los legisladores, a quienes cajeteó con delirante frenesí por su magro conocimiento de los impenetrables misterios de las finanzas, les anunció con bombo y platillo (¡Tup tup tsss!) un ahorro público por mil 775 millones de pesos y les reveló que la existencia en bancos era de casi mil millones. Al día siguiente, don Edilberto Rosado, en ese entonces secretario de Desarrollo Social, compareció también y confesó que el 40 por ciento de los campechanos vivían en la pobreza. Perfecto: gobierno rico y gobernados pobres.

Sin embargo nadie protestó por el vergonzoso ahorro público declarado por don Chano, ni siquiera los proveedores del gobierno, esos que a diario se lamentan por el retraso de sus pagos. Tampoco hubo quien cuestionara cómo era posible que se guardara tanto dinero cuando cuatro de cada diez campechanos vivían (viven) en la miseria más espantosa, la infraestructura pública era (es) un desastre, los servicios básicos lo mismo y Campeche era y sigue siendo el hoyo negro de la Península.

En cambio, si hubo quien le humedeciera los sabañones a don Chanito al finalizar su comparecencia: un peinado incomprensible tripulado por el diputado priista Raúl Pozos Lanz señaló: “Quiero felicitar al gobernador por haber nombrado al contador Víctor Santiago Pérez Aguilar como secretario de Finanzas, y quiero hacer un reconocimiento al contador Víctor Santiago Pérez Aguilar por su excelente labor y slurp slurp slurp”.

Sin participación ciudadana que acote la ineptitud, el cinismo y la rapiña de nuestros hombres públicos, es fácil concluir que el dinero que nos entregue Pémex se derrochará en lo de siempre:

La tajada pequeña servirá para que los presidentes de juntas municipales y ayuntamientos, satrapitas trienales, se esfuercen en la confección de nuevas y muy burdas maniobras para rasguñar lo que puedan, lana que se irá en borracheras, queridas cuyo cariño y disponibilidad caduca el último día de gobierno, viajes de compras a Mérida (para ellos el extranjero) donde arrebatan hasta lo que no ven, mejoras a sus casitas hasta volverlas monumentos al ridículo, “Suburbans” y “Navigators”, etcétera; y lo poco que dejen lo usarán para cambiar dos focos del alumbrado público, tapar tres baches y remodelar un parque.

La tajada grande, en cambio, hará todavía más rica, estúpidamente rica, a la clase política que nos exprime desde hace años; esa que, unida por sólidos lazos familiares y empresariales, ha perfeccionado el robo hasta convertirlo en una de las bellas artes. Y si la creatividad no les alcanza para arrasar con todo, la tajadita sobrante nos la presumirán como ahorro público producto del asombroso, magistral, estupendo manejo de las finanzas.

¿Que ya somos Estado Petrolero? Gritemos tres veces ¡hurra! y estémonos, porque a los campechanos comunes y corrientes nos tocará pura perinola. Riatatá tantán.

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