Doña Layda: la farsa opositora
En
México, mantenerse fiel a una ideología es la vía rápida hacia el
fracaso, de ahí la deslumbrante biografía política de doña Layda
Sansores, cuya lealtad a los ideales es volátil como plataforma de
Pemex.
La
doña Sansores lo ha sido de todo y sin medida: diputada pluri bajo
la monarquía salinista, senadora con Zedillo, candidata al gobierno
de Campeche por el PRD, porrista de Fox, otra vez candidata al
gobierno estatal, diputada federal pluri y senadora pluri por
Convergencia y desde hace un año, cuando encontró en las “eses”
aspiradas su camino a Tabasco, se convirtió a la fe verdadera de
López Obrador donde la veremos hasta nuevo aviso.
Por
sus grandes contribuciones al putrefacto escenario político que
habitamos, doña Layda merecería muchas páginas, largueza imposible
en tiempos de Internet donde la brevedad es obligatoria so pena de
ser mandado al carajo por los analfabetos funcionales. Así que,
tristemente, en este homenaje sólo me concentraré en los momentos
estelares de “La Salomé del Trópico”. Van.
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Por
gracia de su padre “El Negro” Sansores, señor de horca y
cuchillo, doña Layda fue feliz priista durante más de 30 años,
además de diputada federal y senadora de la república. Pero a
mediados de 1996, cuando tuvo la certeza de que Zedillo quería
imponer a Carlos Sales como gobernador, renunció al PRI y lo hizo en
grande: primero votó en contra del aumento al IVA, joya de la corona
del Presidente, y luego brincó al PRD como candidata al Cuarto Piso.
Ahí se trasmutó en la luchadora social que conocemos hasta la
náusea.
Fue
un milagro: apenas probó la bilis opositora, doña Layda quedó
curada de la miopía priista y se percató de que ahí donde creyó
ver logros revolucionarios sólo existía injusticia, miseria y
atraso.
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En
las elecciones de 1997, doña Layda se enfrentó a José Antonio
González Curi, el candidato del PRI. Como suele suceder cuando dos
sociópatas pelean, aquello fue un desmadre. Se dijeron de todo, se
hicieron de todo y usaron todas las armas a su alcance: Curi tuvo los
recursos del gobierno estatal y de los ayuntamientos, además de los
siempre prostituibles medios de comunicación; doña Layda, la red
clientelar que su padre construyó durante su cacicazgo. Dicen que
ganó González Curi.
Enchilada
por la derrota, doña Layda y su feligresía iniciaron una
resistencia civil cuyo centro de gravedad fue el campamento gitano
que instalaron en la Plaza de la República. La resistencia se
prolongó durante ocho meses y desapareció súbitamente, por pura
casualidad, un día antes de una visita de Zedillo a Campeche,
enseñanza que Che Cu aprendió con puntos y comas.
Ahí
comenzó la travesía errática de doña Layda, que de ser la
pesadilla húmeda de Antonio (a) “El espurio”, se ha erigido en
pilar para la consolidación del califato de los hermanos González
Curi, que se ha perpetuado por 18 años y va por 24. El régimen que
juró matar goza, gracias a ella, de cabal salud.
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En
el 2000, doña Layda se puso las botas, incluyó en su léxico a las
tepocatas y se transformó en portavoz del voto útil a favor de FOX.
Lo urgente, decía, era sacar al PRI de Los Pinos, quitarle el poder.
Tres años después la Sansores ejecutó una de sus maromas
políticas más célebres.
En
2003, todos sabíamos que la lucha por el gobierno de Campeche se
centraba en los candidatos del PAN y del PRI, Juan Carlos del Río y
Jorge Carlos Hurtado, y que a doña Layda le esperaba un lejano
tercer lugar. Por eso la cúpula panista hizo hasta lo imposible por
incorporarla a la cruzada contra el tricolor y hasta casa de la señora
llegaron Juan Carlos, Nacho Seara y Felipe Calderón para intentar
disuadirla con encuestas, con sentido común y con el poderoso
argumento del voto útil, pero ella fue terminante: no declinaría a
favor del PAN.
El
resultado: Jorge Carlos obtuvo 105 mil votos, ganó por poco más de
cuatro mil a Juan Carlos del Río y doña Layda se llevó 36 mil
sufragios decisivos para que el PRI se mantuviera en el gobierno.
Tres
años fueron suficientes para que la Sansores se olvidara del voto
útil y defendiera su candidatura inútil; mil días le bastaron para
enterrar la tesis de que lo importante era quitarle el poder al PRI,
cantaleta que, oh sorpresa, ha resucitado ahora en su tercer intento
por gobernar Campeche.
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En
2008, doña Layda agarró por su cuenta a Purux y lo hizo el verraco
de su chiquero. Fue en casa de la señora donde se reunieron Beatriz
Paredes, el aspirante priista y otros actores políticos para planear
cómo despedazar el capricho del gobernador Jorge Carlos Hurtado, que
pretendía hacer de un zombie apellidado Ortega Rubio su sucesor.
Ahí, doña Layda le ofreció a Ortega Bernés la candidatura de
Convergencia en caso de que el PRI le diera una patada, pero no hubo
necesidad.
Feliz
doña Layda con la candidatura de su pupilo, ni siquiera compitió:
le entregó su partido y salió a hacer campaña por él. Esa
insensatez provocó que el panista Mario Ávila, un tipo carismático
como una hemorroide, lograra una votación histórica comprometiendo
el triunfo de Fernando Ortega, el hombre de la pezuña en el corazón
cuyo arrastre popular no tenía precedentes en la historia de este
rancho, según los analistas políticos locales, con todo y que Purux
contó con los votos que le acarreó Andrade desde Tabasco, Ivonne
desde Yucatán, y la maquinaria y el dinero del gobierno estatal.
No
obstante, doña Layda fue recompensada. Su feligresía ha sido
tratada con generosidad por Purux y doña Maggy Duarte, líder
vitalicia del mitin portátil de la Sansores, nombrada directora del
Instituto Estatal para la Educación de los Adultos (IEEA). Tal vez
esa sea la razón por la que doña Layda es una opositora despiadada
fuera de Campeche, pero aquí pone la lengua en reposo.
Dato
cultural: el edificio en el que se encuentran las oficinas del IEEA
de doña Maggy pertenece a la familia Sansores. La renta la paga el
gobierno estatal.
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Los
medios me cuentan que doña Layda ha impuesto una moda: sacar tarjeta
roja a los corruptos. El juego es riesgoso como estrategia política
y un arma caliente en sus manos. Como estrategia política porque de
no sacarle una a Fernando Ortega, la señora quedaría de nuevo en
evidencia, cosa que puede no importarle a sus feligreses pero sí a
los electores. Y un arma caliente porque un día de estos doña Layda
podría encontrarse con un espejo y acribillarse a tarjetazos, lo que
nos privaría para siempre de su deliciosa fascinación por el
ridículo.
Besitos.
Tantán.