Profecía cumplida
Primero de septiembre de 1993, cumpleaños de Sergio
Martínez. El festejado, Isaac y yo armamos una fiesta de poca madre con
cerveza, cantidades fluviales de Bacardí Solera y todas las versiones de comida
chatarra que encontramos en Súper 10. Para darle lustre al evento, invitamos a
las amigas de aquel entonces, de las que sólo recuerdo a Ludmila y su hermana,
y nos dispusimos a ver el incendio de la casa de Sergio, en la calle 16 de
Campeche, mientras tocábamos la lira.
Por desgracia, la fiesta no fue memorable. Los gustos musicales
de ellas y nosotros eran tan distantes como la Gaviota y Peña Nieto, y eso
desinfló el entusiasmo. Eso sí, es fama que Champotón es una provincia británica en América y la
caballerosidad un deber ante Dios y ante la reina, así que cedimos el control del
estéreo a las invitadas para que hicieran lo que les diera la gana y
cumplieron: nos recetaron a Christian Castro, el cantante de moda y su príncipe
azul virtual. Al día de hoy todavía ignoro cuántas canciones incluía ese disco
porque sólo escuchamos una: Nunca voy a olvidarte.
La tercera vez que Christian Castro berreó el mismo
sonsonete, dije: ¡Ya basta! Corrí hacia la mesa y me asesté una seguidilla de
tragos, cinco en total, para atenuar el martirio: fue inútil. Castro
seguía ahí despedazándome el oído y las neuronas con la brutalidad de una
tortura asiática. Pero al sexto cintarazo de Solera apareció frente a mi Jim
Morrison y me dijo: “Déjalas que alucinen, bro. Ese cabrón es culero”. Entendí.
Luego empezó a desvanecerse y alcanzó a gritarme: “No se los digas todavía”.
“Ta bueno”, contesté. No pude cumplir con el mandato del Rey Lagarto, estaba
más allá de mis fuerzas. Cuando escuché que los alaridos reiniciaban, de
un salto me ubiqué en el centro de la sala y advertí:
-No se hagan ilusiones, chitas. Christian es Cristina.
La jauría se me vino encima pero aguanté las dentelladas a
pie firme, como un cristiano de los primeros tiempos. Saberme profeta e iluminado, y quizá también las generosas dosis de Bacachá Solera, me tenían en estado de
gracia. Luego más tragos y por fin la inconciencia. Recuperé la lucidez a
tiempo para sacar la cabeza de la hamaca y vomitar alcohol residual, papas
fritas, chicharrones, cacahuates y medio estómago; y cuando levanté la cara,
tras la cortina de lágrimas, vi que Isaac había hecho lo mismo en la cama de
Sergio. Me alegré: un hermano nunca abandona a otro en esos trances. Creo que
con eso también profetizamos los logros del gobierno Justo y Solidario.
Desde aquel día
soporté muchas burlas sobre la poca veracidad de mis vaticinios, sobre todo
porque las revistas y los programas de la farándula aseguraban que Christian
coleccionaba novias, esposas y amantes. Pero Nostradamus y yo sabemos que las
profecías no se cumplen apenas dichas, cada una requiere su propio tiempo de
maduración.
Por fin, el primero de noviembre de 2007 tuve el primer
indicio de que la verdad estaba por emerger. A Fabiruchis, actor frustrado y
conductor de algún programa de chismes, lo habían dejado como estudiante de
Ayotzinapa por un mercenario de la carne, un tal Alfredo Cervantes Landa. La
razón: Fabiruchis se había negado a pagar el desazolve de la cañería.
Cervantes Landa fue a prisión y desde ahí, para aprovechar
sus 15 minutos de fama, escribió un libro en el que revelaba los nombres de
artistas y políticos con los que se había relacionado. Entre muchos otros
señaló a Ernesto DÁlessio, que una navidad reunió en su departamento a
Cervantes y a tres carniceros más para una fiestecita que, en el planeta de las
almorranas, se conoce como la Noche del Juicio Final. También mencionó a Edgar
Vivar, Marcos Valdez y, ajá, a Christian Castro. Oh, santísima Solera y
omnipotente Morrison, cuánta razón tenían. Pero el libro no tuvo mucha difusión
y el fuselaje de Christian el seductor sólo sufrió algunas abolladuras. No
importaba, el proceso ya estaba en marcha.
En enero de 2014, Christian Castro tuiteó una foto en la que
posaba semidesnudo e incluyó un mensaje enigmático: “Masaje con saiote”. El
saiote era la micro tanga que tenía puesta, tanga desechable para mayor júbilo
de Jorge Negrete y Pedro Infante, y la foto la publicó porque quería demostrar
que él también tenía buena pompa, declaró a TV Notas, pasquín que es el principal
nutriente cerebral del pueblo mexicano.
Para tratar de salvar el prestigio de mil amores de Christian que había quedado agonizante después del saiote, le
inventaron un romance con una modelo argentina que, según Pepillo Origel y
otros de su misma calaña, lo buscó para acostarse con él. “Como amante le doy
un 10”, contó la muchacha. Pero estaba claro que Christian ya no podía refrenar
las ganas de hacer de su closet un Hiroshima. Era cuestión de segundos.
Hace unos días el ciberespacio se intoxicó con unas fotos de
Christian Castro vestido de… podría decir muchas cosas pero prefiero usar una
analogía que, me parece, ilustra mejor el caso: con ese atuendo, el hijo de la
Vero se veía más mujer, madura y felina que el propio cavernal Norberto Rivera. Imagino que su mamá debe haber llorado el Amazonas en el
hombro de su marido Ana Gabriel.
Las imágenes no dejan una sola cuarteadura por donde pueda
colarse un desmentido al estilo Origel o la Chapoy. Ni siquiera Dóriga o la Micha podrían salvar a esta pobre alma cuyo único deseo es convertirse en una beldad ochentera. So, entonces y por tanto, la profecía se ha cumplido. Gloria eterna a Solera
Morrison.
Se los dije ese primero de septiembre de 1993 en la sala de
Sergio Martínez: Christian es Cristina pero no me hicieron caso. Espero que la
próxima vez que les revele algo, lo que sea, no me hagan lo que el gabinete
solidario a Purux, tirarme a pendejo, ni tampoco me torturen con la crueldad de
un dictador africano. Mejor arrodíllense y digan: amén.
Besitos.
Tantán.