La oposición campechana: farsa que crece en grande







Hace un mes, cuando los alcaldes apenas habían tomado protesta, una banda de delincuentes asaltó tres negocios en Ciudad del Carmen. Los medios de comunicación y los priistas, sobre todo las sudorosas búfalas de colonia con cuenta Facebook, ensayaron cualquier cantidad de infamias contra el edil Pablo Gutiérrez y ahí se mantuvieron hasta que les ganó el cansancio.

¿Los panistas? Bien, gracias.

Pocos días después la banda de asaltantes fue capturada, pero los medios de comunicación y las búfalas olvidaron mencionarlo. Los panistas también.

Hace un mes, el 6 de octubre, dos sicarios intentaron asesinar a un empresario a plena luz del día y en una de las zonas más transitadas de Campeche. Una ejecución con todas las de la ley. Pero lo que debió ser un golpe demoledor para Alito se redujo a un chisme que duró lo que un petardo, porque la prensa, los panistas y el resto de la manada prefirieron la indiferencia y, al día siguiente, la celebración por la abrogación de la Tenencia y por el sabio, generoso, liberal y heroico gobernador.

Hasta el momento no han capturado a los criminales pero no importa: la memoria bulímica de los campechanos ya hizo su chamba. 

Hoy asaltaron cuatro negocios en la capital amurallada y nadie le ha reclamado a Alito con la misma impertinencia y crueldad que a Pablo; nadie ha criticado sus declaraciones sobre la Entidad Más Segura ni le han aclarado que gobernar no equivale a tomarse fotos cada dos segundos o que los baños de pueblo son tan ridículos como intrascendentes. Nadie, ni siquiera la oposición que, en el papel, estaría obligada a señalar los fallos del ejecutivo.

En cambio ayer, desde la tribuna del Congreso, el diputado panista Eliseo Fernández enumeró las muchas e importantísimas acciones en pro de la seguridad que ha emprendido el gobernador Alejandro Moreno, y lo felicitó con tal vehemencia que hasta los priistas, diestros en el arte de reptar y lamer sabañones, reconocieron el inmenso talento del legislador azul.

La farsa es tan obvia que no tendría lugar ni en un teatro de mala muerte, pero sí lo tiene en Campeche donde la tragedia cotidiana es la relación, al parecer indestructible, entre unos pocos imbéciles que creen hacer política y una muchedumbre borreguil que les cree.

Besitos.

Tantán.

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