El show continúa... (since 1997)



Que Layda armó un escándalo en la posada de los trabajadores del Ayuntamiento, festejo al que llegó para reclamar al presidente municipal de Campeche, Carlos Rosado Ruelas, por el busto de Juan Camilo que adorna el Paseo de los Héroes. Que por semejante disparate, Layda ha ganado cualquier cantidad de recriminaciones de los bien pensantes y hasta de quienes no piensan tan bien, o no piensan, simplemente.


Contra todo lo que me puedan decir, a mí me pareció requetebien lo que hizo Layda porque lo entiendo a partir de sus necesidades políticas y no desde las páginas de algún manual de urbanidad y buenas costumbres. Atiendan lo siguiente: si la imagen pública de doña Layda se ha venido desdibujando paulatinamente, si los descomunales implantes que se colocó han sido el único rumor persistente en los últimos años, entonces un escándalo de estas proporciones contra la figura más popular del momento, en buena medida gracias a los ataques gratuitos de Tribuna, era urgente, necesario, imprescindible.


Ahora bien, está claro que en el 97 fuimos testigos de un encarnizado duelo de idiotas. Uno de ellos está a punto de ir a construir grandezas en algún hospital psiquiátrico; de la otra, no cometamos el error de creer que el boicot a la posada del Ayuntamiento, y otras hazañas igualmente bochornosas, son señales precisas de su decadencia; pensemos mejor que ella continua interpretando el único guión que conoce, pero que ese guión ya no cosecha las multitudinarias simpatías de antes.


Es probable que Layda nunca haya leído a Heráclito y por tanto crea que sigue chapaleando en las miasmas del 97, así que fue hasta la posada del Ayuntamiento a trabajar en lo suyo. Si la estrategia nos gusta o no es irrelevante, mejor resignémonos, porque a su edad Layda difícilmente aprenderá maromas nuevas.













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