Cinema show




Los liberales y heroicos burócratas tienen hábitos un tanto extraños. Por ejemplo, no usan las direccionales de los automóviles para advertir que darán vuelta sino para anunciar el triunfo de la maniobra; les encanta pasmarse con la luz verde del semáforo, nomás la ven y les da por anolar pirámides hasta que escuchan un concierto de claxonazos y se mueven mentando madres; y están obsesionados por usar el celular donde por ley y por sentido común y civilidad no deben: cuando conducen o en el cine; en el primer caso pueden ocasionar un accidente mortal, aunque comprendo que prefieran matar y morir por su propia mano a caer en un bache y achicharrarse en el magma del centro de la tierra, pero en el segundo dan ganas de echarlos en un bache, caraxo. Sobre esto último me extiendo.

A pesar del letrero que aparece antes de los cortos y nos solicita apagar celulares, durante toda, todita la proyección tenemos que zamparnos una sinfonía de tonos Telcel, de La marsellesa al Sirenito, que no sólo son repugnantes sino también molestos. En la función del jueves, en el momento del desfalco en Wall Street, sonó tras de mi Alejandro de Lady Gaga, y como la muchacha ni siquiera fue capaz de salirse para contestar, nos recetó no menos de 14 “te quiero bebé”.

Los celulares son una de las muchas desgracias que hacen de una ida al cine un verdadero infierno. El costo del boleto es, en sí, un insulto, sobre todo si tomamos en cuenta que la gerencia de los Hollywood apaga el aire acondicionado a la hora que le da la gana y se empeña en imponer el aberrante intermedio, tiempo que sólo sirve para escuchar un disco pirata con los éxitos de Nelson Ned o salir huyendo al pasillo a contemplar los carteles de las películas que nunca van a proyectar.

Y si usted es de los que engaña el estómago con palomitas y refresco, pues ya se la “peletier” (palabra de origen francés, muy usada en Champotón, que significa: “Ya se fregó”). En la dulcería emplean una antiquísima fórmula alquímica para convertir las palomitas en chicle “Montaña” y el refresco en agua fría, bien fría, eso sí, pero agua, y ese portento cuesta otros cincuenta pesitos.

Conclusión: en una excursión al cine usted paga una fortuna por sudar como caballo en hipódromo, escuchar Nelson Ned Greatest hits o echar una ojeada a los promocionales de películas que sólo verá si las alquila en un videoclub. Si gusta y le quedó dinero, puede comprarse una bolsa de palomitas elásticas e indestructibles y un vaso chico, mediano o grande de agua fría que vale lo que 4 garrafones de 20 litros. Todo esto para medio ver la cinta, porque lo más común es que alguien interprete en voz alta, segundo a segundo, la trama de la película basando su análisis en el argumento de la telenovela “Soy tu dueña”; y como fondo musical, los timbres de los celulares que nunca dejan de sonar. The end.



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