¿En qué momento se jodió el carnaval?






¿En qué momento lo que era tan simple se transformó en algo tan difícil?

Según recuerdo, el asunto trataba de salir un viernes de febrero a gritarle vivas a la reina y después flotar en la inconsciencia hasta el martes de pintadera, última estación antes de la cruz de ceniza y la cuaresma de mierda. ¿En qué momento ese festejo sin pretensiones se convirtió en un pleito de locas furibundas, ávidas de 15 minutos de fama y de sacar dinero a quien les crea sus delirios de maquillistas, estilistas, coreógrafos, modistos, críticos de televisión y estudiosos de una nueva ciencia: la carnavalogía?

¿En qué momento dejamos de ser los protagonistas para dar paso a la contratación de artistas de moda, productos plásticos biodegradables que cantan del carajo y bailan como androides, a quienes adoctrinan en el avión para que nos hurguen la autoestima con el rollo del carnaval más antiguo del mundo y el público más maravilloso y bonito que existe en cuatro continentes y seis archipiélagos a la redonda?

¿En qué momento la celebración popular por excelencia, la que avisa que vienen tiempos en que no puedes comer carne en viernes porque se te pudre Cristo en las entrañas, se convirtió en un tedioso trámite burocrático?

¿En qué momento aprendimos a ver con indiferencia cómo Carmencita y Yáscara, hoy Mariana, lo mismo que la mamá, la hermana, la prima o la sobrina que sacrificó tanto para participar, son despedazadas por unos jotos de barriada con ínfulas nobiliarias, ansiosos por dejar en claro que aquí y en estas fechas sólo sus chaquiras y lentejuelas truenan?

¿En qué momento se jodió el carnaval? Puede que ustedes lo sepan. Pero qué malo que esta fiesta se haya convertido en un triste pleito de putos.

4 de marzo de 2011.

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